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Isabel la Católica: Reina grande de España (II)

Recordemos que este post es la continuación de Isabel la Católica: Reina grande de España (I).

Anónimo. Detalle de La Virgen de la Mosca:
 Retrato de Isabel la Católica, ca. 1520.
Tras la unión en matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, se decidió a comunicar al Rey Enrique que se había dado tal acontecimiento. Por ese entonces, Enrique IV se encontraba en Andalucía y, al enterarse de la noticia, se enojó de tal manera que juró darla un escarmiento. Desde ese momento, una nueva cruz empezaría para Isabel, pues mandaría apresar a los recién casados y les quitaría toda ayuda. Y, aquí, de nuevo, es donde entra en juego el Marqués de Villena ("Villena, ni palabra mala, ni obra buena"), quien aconseja a Enrique IV cómo debe castigar a Isabel: Ofreciendo a Juana la Beltraneja como esposa al heredero de Francia, Carlos de Valois —Duque de Berry y Duque de Guyena—, y por supuesto, desheredando a Isabel, su hermana. El Marqués de Villena estaba realmente interesado en alejar de Castilla a Fernando de Aragón, ya que temía por el día en que éste reclamase a Villena los bienes que había usurpado a la corona.

Isabel vive aún en Dueñas, donde el 1 de octubre de 1470, nace su primera hija, Isabel, la que en un futuro sería Reina de Portugal. Por esos días, una ostentosa embajada de Francia viajaba hacia el Valle de Lozoya por la Sierra de Segovia, donde se celebraría el 26 de ese mismo mes de octubre, los esponsales por poder entre Juana la Beltraneja y el heredero de Francia.

Fue en este mismo lugar donde Isabel recibió la carta que su hermano Enrique escribió contra ella, y cuyo autor fue también el Marqués de Villena. Este escrito llenó de amargura a Isabel, por lo que reunió el Consejo de los Grandes de Castilla, para decidir cómo actuar. Así, se optó por responder con otra carta pública dirigida a su hermano Enrique. Ambos escritos son fieles retratos del alma de los dos hermanos, que sirvieron para engrandecer a Isabel a los ojos de los mismos partidarios del Rey Enrique IV.

En 1473, llegaba a tierras de España el legado especial del Papa, el Cardenal Rodrigo Borja quien, entre las misiones encomendadas, traía la de procurar arreglar la situación entre el Rey y los Príncipes.

La íntima amiga de Doña Isabel, Beatriz de Bobadilla, se había casado con Don Andrés Cabrera, a quien Enrique IV había destinado en los Alcázares de Madrid y Segovia. Así pues, Doña Beatriz rogó a su marido que ayudase en todo lo posible en la concordia. Cabrera quería tanto a su mujer que logró hacer ver al Rey la sinrazón de estar luchando contra su hermana y los beneficios que traería esta estabilidad. Así pues, Enrique IV accedió a entrevistarse con Isabel en Segovia. Al enterarse de la buena nueva doña Beatriz, disfrazada de aldeana y sobre un borriquito, partió a Segovia a darle la noticia a la Infanta para que viniese lo más rápido posible al encuentro.

Anónimo. Fernando el Católico, s. XVII.
Isabel, conocedora de esta nueva, salió inmediatamente para Segovia, donde le recibiría su hermano con un abrazo. Así, estuvieron reunidos desde el 28 de diciembre de 1473 hasta el 6 de enero de 1474. Mientras tanto, Fernando esperaba en Turégano por si ocurría algo inesperado cuando aparece un emisario del Enrique IV para notificarle que el Rey le esperaba. Partieron inmediatamente y, al llegar, sellaron fraternalmente la paz. Nobles cercanos a Enrique IV, le aconsejaron hacer prisioneros al matrimonio y, al enterarse los partidarios de Doña Isabel, partieron de nuevo a Turégano con Don Fernando. Isabel no quiso partir con ellos, pues, como en los Toros de Guisando, tomó sus medidas para que no estar desprevenida. Después de todo este tiempo, no se llegó a un acuerdo de paz, en el que Isabel sería la heredera.

El 4 de octubre, el Marqués de Villena falleció en Santa Cruz de la Sierra (Cáceres), a causa de un absceso en la garganta a consecuencia de la malaria que había sufrido unos días antes. Meses después, concretamente el 11 de diciembre de 1474, Enrique IV murió en el Alcázar de Madrid a los 49 años, quizás debido a la mala vida digestiva que llevaba, con grandes comilonas y atracones, y con purgaciones propias. De esta manera, Isabel quedaba como heredera al trono. El 13 de diciembre de 1474, a los veintitrés años y abrazada al pendón de Castilla, Isabel entra en la Catedral de Segovia y, tras pasar postrada largo tiempo a los pies del Sagrario, era coronada Reina de Castilla.

Isabel comienza su reinado conquistando con amor a su marido, en lo referente a lo que pudo ser fuente de discordia. Cuando Fernando sabe de la muerte de Enrique IV, viajó desde Aragón a Castilla, receloso porque su esposa había tomado posesión del trono con pleno dominio, siendo él su marido. Tras convencerle de que todas las posesiones serían comunes a ambos mientras fueran iguales en compañía y en todo derecho del reino, Fernando contestó gozoso:
"Merecéis gobernar no sólo en Castilla, sino en todo el mundo".
Así, el 15 de enero de 1475, los cardenales Mendoza y Carrillo firmaron un documento arbitral en el que se establecía que Isabel y Fernando reinarían a la par, aunque en ocasiones tendría preferencia Isabel. Este documento reconocía la posibilidad de reinar y gobernar de la mujer, es decir, puede tomar decisiones y ordenar su ejecución. Desde este momento, "Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando", no sería sólo una fórmula más, sino una realidad que, con el yugo y las flechas, le da un sentido profundo.

El 28 de abril del mismo año, Isabel firmó otro documento por el que delegaba sus poderes en Fernando, sin renunciar a ninguno de ellos y Fernando hizo lo mismo cuando fue nombrado rey de Aragón, tras la muerte de su padre —14 de abril de 1481—.

En un primer momento, Isabel se encargó de los criminales, ejerciendo en ellos la justicia debida, sin dejarse vencer y teniendo que condenar a varios de ellos a muerte. Así, respiraron los pueblos, logrando criar con seguridad a sus ganados sin que una mano criminal los robase, ir seguros por los caminos y estar, tanto hombres como mujeres, en paz en sus hogares.

No obstante, no todo fue paz, pues Alfonso V el africano de Portugal, el mismo que había pedido varias veces la mano de Doña Isabel para heredar el trono de Castilla, se dispone a declarar la guerra a favor de Juana la Beltraneja. En este asunto, la guerra contra el portugués era, para Isabel, su propia defensa y hay que hacerla, pese a que no dispone de ejército, ni dinero con qué pagarlo ni quién se lo preste.

Será entonces cuando Isabel recorra a caballo todos sus pueblos sin que nada la detenga y le pedirá el dinero a las iglesias, obteniendo respuesta afirmativa en todos los casos, salvo por el Arzobispo de Toledo, quien antes le había ayudado siempre. Así, tras intentar convencerle sin conseguirlo, Isabel prescinde del Arzobispo y marcha a Toledo y, posteriormente, a Extremadura, donde se enteraría de la entrada del rey portugués en Castilla.

Por este motivo, salió enseguida para Tordesillas, para estar al lado de su marido y de los soldados. Alfonso V de Portugal se presenta ante Isabel para reclamarle los derechos a la corona de su sobrina, Juana la Beltraneja. Pese a que esta guerra civil comenzó con la derrota de Fernando el Católico al tomar la guarnición juanista de Toro, el ejército de Isabel y Fernando consiguió apoderarse de Burgos y su castillo. El 1 de marzo de 1476, Isabel y Fernando obtuvieron la victoria de Toro y, al día siguiente, Isabel salía de Tordesillas con todo el clero y el pueblo, en devota procesión.

Se trataba de la justa réplica a la derrota que los castellanos habían sufrido un siglo antes, durante la Batalla de Aljubarrota. Y tal era el recuerdo de Isabel por este hecho, que planeará la magna construcción de un magnífico monasterio conmemorativo de aquella histórica jornada. Así, el último día de enero de 1477, Isabel entra en Toledo, con el fin de cumplir la promesa que había hecho en Tordesillas durante la batalla contra el rey portugués. Allí, los dos esposos se postraron largo rato dando gracias ante el altar mayor de la Catedral, donde se dice que la Virgen entregó la casulla a San Ildefonso. Cumplidas sus devociones, determinan el modo de hacer el magnífico templo de alabanza y agradecimiento al Señor por la victoria de Toro: el Monasterio de San Juan de los Reyes, dedicado a San Juan Evangelista y encargado a Juan Guas. Así, a su alma de artista le cupo el honor de dar nombre a la última fase del gótico: estilo isabelino, del que hay multitud de monumentos magníficos por toda España.

ALONSO, A. Monasterio de San Juan de los Reyes.

Tras la victoria de Toro, Fernando volvió a Zamora, ya que consideraba importante rematar la batalla campal con la reducción del castillo zamorano, aún en poder de los portugueses. Isabel, acompañó a su esposo, llegando ambos a Zamora el 5 de marzo y, dos semanas después, el castillo se rendía a los reyes. Era el momento idóneo para convocar Cortes para poner las bases de la pacificación del Reino. Para ello, Isabel escogió Madrigal de las Altas Torres para celebrar las primeras Cortes importantes de su reinado. Era abril de 1476, mes en el que cumpliría veinticinco años. En estas Cortes de Madrigal, Isabel y Fernando actuaron como una sola persona, como la única entidad soberana. Dieron indicios de la dirección que pensaban tomar respecto a algunas cuestiones: balance de la guerra civil, establecimiento de una Hermandad general para todo el reino, reordenación de la Chancillería, modificación de la Contaduría revocación de la ley que prohibía encarcelar a judíos y musulmanes por deudas de dinero con los cristianos, etc.

No obstante, no fue hasta la firma del Tratado de Alcáçovas —o Alcazovas— el 4 de septiembre de 1479, cuando se puso fin a esta larga guerra de sucesión, ya que Juana había decidido ingresar en el Convento de Santa Clara de Coimbra. Tiempo antes, concretamente el 19 de enero de 1479, fallece Juan II, rey de Aragón, haciendo que Fernando reciba, además de este reino, el de Sicilia, Cataluña, Valencia, Baleares y Cerdeña. Para ello, Fernando tiene que partir para tierras aragonesas, para jurar los fueros y privilegios de sus nuevos reinos. A finales de 1479, Fernando se reunirá con Isabel en Toledo, donde nacería su hija y heredera Juana, pese a tener una vida tan accidentada.

El año de 1480 estaría lleno también de grandes acontecimientos. En primer lugar, los reyes convocarían en Toledo a las Cortes de Castilla, dando un giro a la estructura interna de la Monarquía. Pondrían al día el organismo encargado de ayudar a los Reyes de forma eficaz, tanto en el Reino de Castilla como en la política exterior. Así, se dio prioridad a los consejeros formados en universidades frente a los representantes de la alta nobleza y clero para actualizar el Consejo Real o de Castilla. En este mismo año, Isabel encargó a uno de sus dos secretarios  —Alonso Díaz de Montalvo— la compilación de legislación castellana. Esta obra se terminaría en 1484 y estaría compuesta en ocho volúmenes que se publicarían un año más tarde.

MANZANO, V. Los Reyes Católicos administrando justicia, 1860.

Los reyes también pudieron disfrutar de pequeños periodos tranquilos en ese inmenso trajín en el que se encontraban inmersos. Así, se tomaban un breve descanso en Arévalo, donde Isabel visitaba a su enferma madre. Tras una estancia en Medina del Campo, ambos reyes tuvieron que separarse ya que, al dividirse para atender por separado los problemas de cada  reino, resultaban mucho más eficaces. De este modo, Fernando partió para Aragón, mientras Isabel se dirigió hacia Sevilla, lugar donde permaneció hasta la primavera de 1481, con el fin de poner orden en una ciudad sin ley, pues las llamas de las hogueras inquisitoriales comenzaban a producir verdaderos horrores.

El 7 de abril de 1481, Isabel llegaba a Calatayud, donde se reunió con su esposo. El 9 de junio haría su entrada triunfal en Zaragoza, alojándose en el espléndido Palacio de la Aljafería, recordando que había sido cabeza de un reino moro. Tanto impresionó este palacio a Isabel, que ordenó construir en su interior una sala que, aún hoy, lleva el nombre que recuerda el paso de la Reina. En Zaragoza se procedería a la jura del príncipe don Juan como heredero del Reino y, también, al reconocimiento de Isabel como corregente, gobernadora y lugarteniente del rey Fernando en las Cortes Aragonesas, a causa de la ausencia del Rey, que había anticipado su viaje a Barcelona.

Barcelona también esperaba a Isabel y su entrada triunfal. Los jóvenes reyes eran ya conocidos, por la energía indomable al vencer en la guerra de Sucesión frente a los seguidores de la princesa Juana y, muy especialmente, en la reñida guerra contra Alfonso V de Portugal. En la Ciudad Condal pasaría Isabel el verano de 1481. Posteriormente, llegó el viaje a Valencia, la ciudad más próspera de la Corona de Aragón por aquellos entonces. Tras la jura de los privilegios del Reino de Valencia y del consiguiente reconocimiento del príncipe Juan como heredero de la Corona, los Reyes partieron de nuevo hacia Castilla, pasando antes por Teruel a principios de enero de 1482. Al llegar a Medina del Campo, se encuentran con que había sido asaltado por los moros y Zahara se había perdido en manos de Muley Hacén, emir de Granada. Había empezado la guerra de Granada.

Fuentes.
  • AZCONA, T. Isabel la Católica. Vida y reinado. Madrid: La Esfera de los Libros, 2002. 
  • FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, M. Isabel la Católica. Madrid: Espasa Calpe, 2003. 
  • Historias de la historia
  • Isabel la Católica.  
  • LISS, P. K. Isabel la Católica. Madrid: Nerea, 1998.  
  • MCN Biografías
  • Mujeres de leyenda.  
  • National Geographic España.  
  • Parnaso.org.  
  • RTVE.lab.  
  • RUBIO, M. J. Reinas de España, las Austrias: siglos XV-XVII, de Isabel la Católica a Mariana de Neoburgo. Madrid: La Esfera de los Libros, 2010. 
  • SUÁREZ, L. Isabel I, Reina. Barcelona: Ariel, 2000.  
  • UN CARMELITA DESCALZO. Isabel la Católica. Madre de la Hispanidad: Su vida de Santidad. Sevilla: Apostolado Mariano, DL 1987. 
  • Wikipedia.

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